Tuviste hambre, te tentaron con
pan,
oro,
millones.
No solo de pan vive el Hombre,
las palabras de Dios
son verdad, vida, espíritu
alimento.
Te mostraron reinos, coronas,
diademas, cetros,
esclavos,
poder,
sólo poder!
Porque el dueño del poder
es dueño del pecado
y le da el sinsentido.
A sólo Dios servirás.
Ama a Dios y al prójimo.
Si olvidas a uno,
eres ateo
y esclavo de la esclavitud.
Lánzate de lo alto del templo!
Que te vean periodistas y farándula,
que se llenen las bocas de
Cepedas y Salfates!
Total, una banda de angélicos salvadores te llevaran
al suelo
sin rasguños.
No tientes al Señor, porque
no nació para
llenarse
dominar
ni caer con estilo.
Sino para
alimentar,
servir
y ascender al Tabor
al Calvario
al Padre.
La sociedad moderna, desde hace mucho, se ha convertido en una sociedad de consumo, de competencia y de individualismo, en donde cada ser humano se comporta como una sustancia con autonomía total, dándole el nombre de "libertad" a aquella condición.
Personas van y vienen, ajetreadas y con la consigna clara de subsistir, de crecer, de ser más, de ser mejor que el resto, para poder "dar un futuro". No hay vida social, y la poca que hay, es basada en el reventón, en la salida a los problemas de la vida moderna, a los dolores que implica ser una persona "moderna".
La imagen se transforma en paradigma del hombre, en un referente de cómo ser. Más importa la fama, el éxito, el dinero... el dinero!! Por culpa de él se destrozan países enteros, la pobreza puebla nuestras tierras, tapada con ciudades de cristal. El dinero, que es una herramienta, se ha convertido, como dijera san Pablo, en la raíz de todos los males.
El trabajo excesivo, el estrés, y otros males asociados son el producto de esta mentalidad actual, que convierte al hombre en una máquina de crecimiento económico, en un sistema como el actual, en donde se llevan en alto situaciones que se les puede declarar como antivalores, que nos alejan los unos de los otros. Horas interminables de trabajo, sobretrabajo en las horas habituales, las horas extras, los requerimientos de empresarios, de los números, del crecimiento... Van poco a poco destruyendo sociedades, familias, personas.
Para qué decir las injusticias, la desigualdad, la discriminación, frutos del mal, del pecado de este sistema.
La fe es dejada de lado, se convierte en un elemento sólo para la vida privada, y se rechaza sin tapujos. De ahí que miles de personas vivan en un sinsentido, sin más valores que los que la selva de cemento impone, olvidando a Dios, ese Dios que ama y va al encuentro de toda la sociedad, ese Dios que nos brinda un descanso y un corazón fraterno y convertido, que se muestra como hermano nuestro a través de Cristo. Se rechaza el creer como signo de esa modernidad que aplasta. O se olvida e ignora. Ateísmo práctico.
Incluso aparecen corrientes de tipo esotérica, que ofrecen soluciones de tipo pseudoreligiosas, pero cargadas de ese individualismo, que es fruto de todo este desastre.
En fin, una sociedad que propone el reino del dinero y el éxito individual. Tampoco es una condena del mundo: es creación de Dios, y todo lo que nace con nuestras manos, es colaboración a esa tarea creadora. Pero estamos olvidando a Dios, colocando a ese reino fatuo que mencioné antes, que quiere borrar al hombre y quitarle su dignidad, convirtiéndolo en "algo".
Con esta introducción quiero dejarles un tema bastante irónico, fruto de la creatividad de una agrupación musical que ha marcado huella a nivel nacional e internacional. Me refiero a Quilapayún, conocido por temas combativos, frutos de una época llena de sueños y convulsionada. Sus temas son reflexivos, a modo de denuncia, y muchos de ellos viajes poéticos a la extensión del tiempo.
En su último disco como agrupación unida (las vicisitudes y la desgracia los terminó dividiendo en dos bandas/os irreconciliables), "Al Horizonte", aparece este track, llamado El Hombre de Hoy, una canción que habla precisamente de este antianhelo del exitismo, de la competencia, del estrés de la omnipotencia de la imagen, de la vorágine de una sociedad que terminará explotando, si no ponemos nuestras manos en traer el reino de Dios, de justicia, paz, solidaridad y amor.
Duele que personas cristianas, no obstante, proclamen estas situaciones de autodestrucción como valores, como elemento a repetir y promover. Terrible, podríamos pensar que realmente estas personas necesitan de una reconversión (o conversión, muchas veces se participa de la vida de la Iglesia más como símbolo de status).
La Iglesia, sin duda, ha dado grandes pasos en este camino... Leer la declaración de los obispos de Chile, durante el año pasado, nos alienta y nos avala en nuestra búsqueda de un mundo más humano, junto a Jesús, que pone en condición divina al ser humano y su dignidad.
Preguntémonos si realmente ponemos nuestro empeño en hacer de este mundo un lugar de hermanos, donde ponemos el Evangelio que es buena nueva y liberación total, sentido de nuestra existencia, y que quiebra las cadenas que nos oprimen y esclavizan, tanto en lo concreto como en lo espiritual.
Con María, Madre de la solidaridad, caminemos hasta la paz y la alegría de seguir a Cristo.