lunes, 13 de octubre de 2014

Discurrir

Observándote.

El camino que viaja por la luna
de los mundos.

Tengo el presentimiento que la
arena que circunda mis zapatos son simplemente
la huella del camino,
cuando me pisa y me llena
de callos y de aprenderes.

Estando con la guitarra de la población,
con el cielo de los campos y los
campos de unos cielos redondos y llenos
de mar,

descubro que en el fondo de la tierra
viven los colibríes y las almas
que anhelan un espacio y pode danzar la danza de los
que aman y se entregan.

Hay tiempo de amar y de más-amar,
de ventura y viaje,
de salto y de un espacio que hay
que llenar
porque estaba lleno
de ese aire frío mañanero llamado
la pena.

Discurrir de la mente, del espíritu iracundo,
del intelecto sesgado y del alma siempre renuente.

Fe.

Una brisa de mañana, una bicicleta ronroneante
vacilaba en su avanzar sereno
por las calles siempre poco agraciadas de la población.

De lejos un rocío de gritos y flores de mar, de cancinos espacios
que se resisten a entregarse al paso inclemente de un cemento torturador.
Me siento espirituado, pleno de gritarte sin miedo los susurros de una noche
de plenilunio, de un escancio y de un sur que resiste las mañanas
de un verde siempre intranquilo y fumigoso.

Esperanza.

Tiple al ristre, tus sonidos evocan un cielo de azules aguas y de sonrosados
espacios, me llaman al amor, al tiempo y las cosechas, a los trigos y a los vuelos erráticos
de un pájaro de atardecer.

No puedo dejar de pensar que si somos uno, uno debemos hacernos con el futuro
con las manos de cada uno.




martes, 7 de octubre de 2014

La Felicidad del Viejo

El viejo que observaba
la luna desde el monte
recordaba con alegría
la vida que esperaba sentado
un sueño de espuma y miel,
un amor de sombras de árbol,
mientras el mundo que vio al nacer
se tambalea en su egoísmo y ocaso.

El viejo era un niño que se mecía frente al río,
miraba a su amada y a la tierra virgen,
y vio que el cóndor y los pumas,
la montaña y el río que era su río,
río de ensueño y esperanza, lo invitaba a naufragar,
a crecer como la araucaria que su tío,
en empeño y posesión de verdades,
le mostró un amanecer de agosto.

El viejo nunca murió,
simplemente pensó y se rió
sentado en el monte,
nunca más una pesadilla,
nunca más la muerte.
Mientras la luna antorchaba
de azul el verde norte

del bosque.

(26/01/2010)