domingo, 23 de septiembre de 2012

Cantinflas: una muestra de su humanidad...

Cantinflas representa para mí el prototipo del hombre, de aquel hombre común que no se dejó llevar por el exitismo, a pesar de la fama y las monedas acumuladas... No, era sólo un hombre, un ser humano más, y llevando en su conciencia esa premisa que todos olvidamos, nos lego un testimonio de gran riqueza y valor sin límites.

Mostrando en sus personajes las vivencias y desventuras del humilde, del pobre, Cantinflas llevo en sí el mensaje de solidaridad, de paz y de Buena Nueva que Cristo anunciara a tantos desventurados que, como hoy, tienen hambre y sed de justicia.

Para reflejar esto, les dejo dos regalos: un discurso, pronunciado en la película Su Excelencia, bajo la manta de Lopitos, sencillo trabajador público que, por las circunstancias de la vida, se convirtió en el embajador de una muy imaginaria República de los Cocos. Un mensaje de paz, de esperanza, pronunciado en un momento crítico, en el contexto de la Guerra Fría, pero que tiene validez para nuestros tiempos. Y, obviamente, la película, para que la disfruten y saquen lecciones para la vida.

La Paz.-

El discurso...

"Me ha tocado en suerte ser último orador, cosa que me alegra mucho porque, como quien dice, así me los agarro cansados. Sin embargo, sé que a pesar de la insignificancia de mi país que no tiene poderío militar, ni político, ni económico, ni mucho menos atómico, todos ustedes esperan con interés mis palabras ya que de mi voto depende el triunfo de los Verdes o de los Colorados.

Señores Representantes: estamos pasando un momento crucial en que la humanidad se enfrenta a la misma humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo. La opinión mundial está tan profundamente dividida en dos bandos aparentemente irreconciliables, que dado el singular caso, que queda en solo un voto. El voto de un país débil y pequeño pueda hacer que la balanza se cargue de un lado o se cargue de otro lado. Estamos, como quien dice, ante una gran báscula: por un platillo ocupado por los Verdes y con otro platillo ocupado por los Colorados. Y ahora llego yo, que soy de peso pluma como quien dice, y según donde yo me coloque, de ese lado seguirá la balanza. ¡Háganme el favor!... ¿No creen ustedes que es mucha responsabilidad para un solo ciudadano? No considero justo que la mitad de la humanidad, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen político y económico que no es de su agrado, solamente porque un frívolo embajador haya votado, o lo hayan hecho votar, en un sentido o en otro.

El que les habla, su amigo... yo... no votaré por ninguno de los dos bandos. Y yo no votaré por ninguno de los dos bandos debido a tres razones: primera, porque, repito que no sería justo que el solo voto de un representante, que a lo mejor está enfermo del hígado, decidiera el destino de cien naciones; segunda, estoy convencido de que los procedimientos, repito, recalco, los procedimientos de los Colorados son desastrosos; ¡y Tercera!... porque los procedimientos de los Verdes tampoco son de lo más bondadoso que digamos. Y si no se callan ya yo no sigo, y se van a quedar con la sensación de saber lo que tenía que decirles.

Insisto que hablo de procedimientos y no de ideas ni de doctrinas. Para mí todas las ideas son respetables, aunque sean “ideítas” o “ideotas”, aunque no esté de acuerdo con ellas. Lo que piense ese señor, o ese otro señor, o ese señor, o ese de allá de bigotico que no piensa nada porque ya se nos durmió, eso no impide que todos nosotros seamos muy buenos amigos. Todos creemos que nuestra manera de ser, nuestra manera de vivir, nuestra manera de pensar y hasta nuestro modito de andar son los mejores; y el chaleco se lo tratamos de imponérselo a los demás y si no lo aceptan decimos que son unos tales y unos cuales y al ratito andamos a la greña. ¿Ustedes creen que eso está bien? Tan fácil que sería la existencia si tan sólo respetásemos el modo de vivir de cada quién. Hace cien años ya lo dijo una de las figuras más humildes pero más grandes de nuestro continente: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Así me gusta... no que me aplaudan, pero sí que reconozcan la sinceridad de mis palabras.

Yo estoy de acuerdo con todo lo que dijo el representante de Salchichonia (alusión a Alemania) con humildad, con humildad de albañiles no agremiados debemos de luchar por derribar la barda que nos separa, la barda de la incomprensión, la barda de la mutua desconfianza, la barda del odio, el día que lo logremos podemos decir que nos volamos la barda. Pero no la barda de las ideas, ¡eso no!, ¡nunca!, el día que pensemos igual y actuemos igual dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas.

Este es el grave error de los Colorados, el querer imponer por la fuerza sus ideas y su sistema político y económico, hablan de libertades humanas, pero yo les pregunto: ¿existen esas libertades en sus propios países? Dicen defender los Derechos del Proletariado pero sus propios obreros no tienen siquiera el derecho elemental de la huelga, hablan de la cultura universal al alcance de las masas pero encarcelan a sus escritores porque se atreven a decir la verdad, hablan de la libre determinación de los pueblos y sin embargo hace años que oprimen una serie de naciones sin permitirles que se den la forma de gobierno que más les convenga. ¿Cómo podemos votar por un sistema que habla de dignidad y acto seguido atropella lo más sagrado de la dignidad humana que es la libertad de conciencia eliminando o pretendiendo eliminar a Dios por decreto? No, señores representantes, yo no puedo estar con los Colorados, o mejor dicho con su modo de actuar; respeto su modo de pensar, allá ellos, pero no puedo dar mi voto para que su sistema se implante por la fuerza en todos los países de la tierra. ¡El que quiera ser Colorado que lo sea, pero que no pretenda teñir a los demás! —los Colorados se levantan para salir de la Asamblea—.

¡Un momento jóvenes!, ¿pero por qué tan sensitivos? Pero si no aguantan nada, no, pero si no he terminado, tomen asiento. Ya sé que es costumbre de ustedes abandonar estas reuniones en cuanto oyen algo que no es de su agrado; pero no he terminado, tomen asiento, no sean precipitosos... todavía tengo que decir algo de los Verdes, ¿no les es gustaría escucharlo?

Y ahora, mis queridos colegas Verdes, ¿ustedes qué dijeron?: “Ya votó por nosotros”, ¿no?, pues no, jóvenes, y no votaré por ustedes porque ustedes también tienen mucha culpa de lo que pasa en el mundo, ustedes también son medio soberbios, como que si el mundo fueran ustedes y los demás tienen una importancia muy relativa, y aunque hablan de paz, de democracia y de cosas muy bonitas, a veces también pretenden imponer su voluntad por la fuerza, por la fuerza del dinero. Yo estoy de acuerdo con ustedes en que debemos luchar por el bien colectivo e individual, en combatir la miseria y resolver los tremendos problemas de la vivienda, del vestido y del sustento. Pero en lo que no estoy de acuerdo con ustedes es la forma que ustedes pretenden resolver esos problemas, ustedes también han sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del espíritu pensando sólo en el negocio, poco a poco se han ido convirtiendo en los acreedores de la Humanidad y por eso la Humanidad los ve con desconfianza.

El día de la inauguración de la Asamblea, el señor embajador de Lobaronia dijo que el remedio para todos nuestros males estaba en tener automóviles, refrigeradores, aparatos de televisión; ju... y yo me pregunto: ¿para qué queremos automóviles si todavía andamos descalzos?, ¿para qué queremos refrigeradores si no tenemos alimentos que meter dentro de ellos?, ¿para qué queremos tanques y armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos?

Debemos de pugnar para que el hombre piense en la paz, pero no solamente impulsado por su instinto de conservación, sino fundamentalmente por el deber que tiene de superarse y de hacer del mundo una morada de paz y de tranquilidad cada vez más digna de la especie humana y de sus altos destinos. Pero esta aspiración no será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social. Es verdad que está en manos de ustedes, de los países poderosos de la tierra, ¡Verdes y Colorados!, el ayudarnos a nosotros los débiles, pero no con dádivas ni con préstamos, ni con alianzas militares.

Ayúdennos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas, ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica... pero no para fabricar bombas sino para acabar con el hambre y con la miseria. Ayúdennos respetando nuestras costumbres, nuestra dignidad como seres humanos y nuestra personalidad como naciones por pequeños y débiles que seamos; practiquen la tolerancia y la verdadera fraternidad, que nosotros sabremos corresponderles, pero dejen ya de tratarnos como simples peones de ajedrez en el tablero de la política internacional. Reconózcannos como lo que somos, no solamente como clientes o como ratones de laboratorio, sino como seres humanos que sentimos, que sufrimos, que lloramos.

Señores representantes, hay otra razón más por la que no puedo dar mi voto: hace exactamente veinticuatro horas que presenté mi renuncia como embajador de mi país, espero me sea aceptada. Consecuentemente no les he hablado a ustedes como Excelencia sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como un hombre cualquiera pero que, sin embargo, cree interpretar el mayor anhelo de todos los hombres de la tierra, el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libre, el anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos un mundo mejor en el que reine la buena voluntad y la concordia. Y qué fácil sería, señores, lograr ese mundo mejor en que todos los hombres blancos, negros, amarillos y cobrizos, ricos y pobres pudiésemos vivir como hermanos. Si no fuéramos tan ciegos, tan obcecados, tan orgullosos, si tan sólo rigiéramos nuestras vidas por las sublimes palabras que hace dos mil años dijo aquel humilde carpintero de Galilea, sencillo, descalzo, sin frac ni condecoraciones: “Amaos... amaos los unos a los otros”, pero desgraciadamente ustedes entendieron mal, confundieron los términos, ¿y qué es lo que han hecho?, ¿qué es lo que hacen?: - Armaos los unos contra los otros -.

He dicho..."


Y la Película...


martes, 18 de septiembre de 2012

El país que quiero



Un país donde los mares
el mar
sean el dulce encuentro de las montañas
y de los Hombres.

Para que dancemos juntos un
canto de alegría,
de esperanza,
donde nos tomemos con Jesús
el labrador
pobre
siervo de todos,
y bebamos de las aguas frescas
de la paz y el amor.

Un lugar que sea un
mundo-compartir,
generosidad cabalgante, donde no veamos
la noble cordillera como
pandereta,
sino como espina dorsal del mundo,
de los hermanos y de las hermanas.

Anchas Alamedas,
alzaos puertas!!


jueves, 6 de septiembre de 2012

Carlo María


Recibí un día, de manos de mi polola, un libro como regalo... el cual ya había sido avistado por mi persona hace un tiempo atrás. Se llama "Coloquios nocturnos en Jerusalén", y se trataba de una extensísima entrevista a dos hombre, religiosos jesuitas. Uno de ellos era Georg Sporschill, un compadre genial, de un espíritu de servicio a los jóvenes que me hace recordar a nuestro padre Hurtado. Y otro, un hombre ya entrado en años, y, según lo que leía, era cardenal y un biblista de importancia. Se llamaba Carlo María, cardenal Carlo María Martini, ex arzobispo de Milan y que descansaba de sus años llenos de actividades y su, en ese momento, incipiente mal de Parkinson. 

Lo primero que nació como reflexión a la lectura del texto fue... Pucha los compadres buenos para madrugar! Era impresionante el constatar que lograran elaborar miles de ideas a altas horas de la madrugada, cuando yo apenas me sostengo pasada la medianoche.

Leyendo a estos noctámbulos, que al menos no sacrificaban su descanso nocturno al son del reguetón, de los vicios, sino en torno a una agradable conversación, comencé a vislumbrar en ellos, y en especial al cardenal Martini, un aura, algo fresco, una ventana abierta.

Monseñor Martini hablaba con la voz del Concilio Vaticano II, como una brisa que saca lo podrido, lo carnalmente humano, en su oscuridad, en sus juicios. con la voz que cambiaba, con esa dulzura de suavidad, una Iglesia anquilosada, misteriosa, triunfante, pero que no reflejaba al mundo el mensaje siempre claro de Cristo "vayan y anuncien a mis hermanos, que vayan a Galilea"... al mundo, que la Iglesia deje de ser un vetusto islote en medio del mundo, y que saliera a él, en el ánimo del Evangelio: dialogar, comprender, y entregar la verdad, la verdad que es el amor entre los hombres de toda lengua, raza, pueblo y nación, de toda religión y creencia. Incluso los que no creían!! No hay condena, sino comprensión y esperanza, el ánimo de ver las cosas en común, el por qué no creen, sin ánimo de anatemizarlos, como antaño. 

A pesar de la persecución por parte de los tradicionalistas, siguió adelante, hasta el punto de ser nombrado arzobispo de la diócesis más grande de Europa, la de Milán, en donde ejerció su pastoral con energía, con tezón, sin rendirse a las críticas vacías. Sus opiniones eran -y son y seguirán- escuchadas con atención por todos lo actores de la sociedad, generando sendas polémicas muchas veces, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Cercano a los jóvenes, Martini les tendió una mano, no los expulsó ni echó en cara su falta de experiencia. Los buscó, los entendió, creo lazos fuertes, los animó a una vida espiritual de gracia y de servicio a los demás, de ponerse a la escucha. Cientos de jóvenes le deben una fe fuerte, plena, de entrega, y, por qué no decirlo, la vida misma

Me sorprendía el énfasis en la biblia... Las Sagradas Escrituras! Sin ellas, no conocerás a Cristo, decía San Jerónimo, sin estas palabras, que la Iglesia ha recibido para leerlas, practicarlas, vivirlas dentro de esta comunidad, no conoceríamos el amor de Cristo, que nos mueve, nos llena de gozo y de esperanza, que nos empuja al servicio al prójimo, que nos increpa con la dulzura del remanso... Martini encontró en ellas el camino a seguir, el mensaje del un Cristo Liberador de todas nuestras cadenas, tanto personales como sociales, un Cristo que nos motiva a la vida, a la esperanza, a la caridad.

No tener miedo al presente, y verlo con los ojos del Nazareno, esa es la lección que nos deja Carlo María, un espacio para el futuro. Mucho bien hubiese sido para todos una probable elección como Papa. Pero ha hecho más en esta vida, y con eso basta. 

Tomando las palabras del célebre teólogo luterano Dietrich Bonhoefer, Carlo María Martini era, como Jesús, un "Hombre-para-los-demás".

Don Carlo María, descanse en paz... Y que el Señor te salga, junto con María y los santos y santas, a recibir, para escuchar tan bellas palabras como "bien, siervo bueno y fiel,ya que has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho... Entra en el gozo de tu Señor..." (Mt 25, 21).

La Paz.-