jueves, 27 de febrero de 2014

El Terremoto.

27 de Febrero de 2010, un día inolvidable, guardado en la conciencia de esta generación... fue el momento del terremoto, nuestro terremoto, nuestra vivencia, nuestros dolores, nuestros actos de ira, pena, y alegre solidaridad. Un remezón multidimensional, que no sólo movió tierra, casas y al mar: fue un movimiento de los espíritus, de nuestra interioridad, un espacio de búsqueda espiritual fundamental.

Recuerdo con sentido homenaje a una de las víctimas más cercanas a nuestro entorno: Alonso... Dios acoge a este pequeño, cuyo talento para la pelota nos deleitaba a quienes compartimos las lides futboleras en aquel tiempo. Con él, mi homenaje a todas las víctimas de este terremoto, todas, sin duda alguna, bajo el alero de Dios.

Recuerdo con dolor el resultado de una sociedad a la que se le educó (educa) en la posesión enfermiza de bienes suntuosos, un modelo anti-evangélico de acumulación, de trabajoliquismo, en pos de "las cosas". Miles intentaron obtener los anhelos que la propaganda social inculcaba en las mentes. Junto a las cosas básicas, sacadas en el ánimo de la desesperación, aparecían televisores, celulares, ropas caras... Artículos que la sociedad de consumo transformó en desquiciantes elementos de primera (quizá única) necesidad.

Recuerdo la solidaridad de los pobladores, su reconocimiento como tales, la organización precaria, pero necesaria, en tiempos de indefensión. Ahora pienso: eso es signo de nuestros tiempo que derrota la parsimoniosa mentalidad individualista, egoísta.

Recuerdo que los jóvenes, entre los que estaban los de la Iglesia, se esforzaban y donaban su tiempo para la noble causa de la solidaridad, trabajando sin no poca dificultad por repartir ayuda, consuelo, alegría. Se entregaban si más, sin esperar nada a cambio, más que la satisfacción de llamamiento a salir en pos de los miles de Cristos sufrientes, abandonados.

Recuerdo a un gobierno mal asesorado, con nefastas influencias que determinaron muertes y desapariciones de ciudadanos, de familias enteras. Hasta el día de hoy, nadie se hace responsable.

Recuerdo a los chiquillos, a los amigos incondicionales, a quienes apoyamos en la dificultad...

Recuerdo la noche previa, cuando el Harry llegó a mi hogar, siendo las 10.30 de la noche, para acordar un ensayo musical que nunca se concretó. Fue esa noche una noche extraña, cálida, de luna brillante y cielo algo nuboso.

Recuerdo la oración en familia, en ese instante preciso del movimiento, en mi pieza, único lugar que permaneció firma de mi casa. El resto se movió 10 cm a estribor. Años después requirió reparaciones urgentes.

Recuerdo esa oración... fue la primera en años. Como también recuerdo a aquellos que, poco formados en la fe, aseguraban que el  terremoto es producto de un castigo divino. Como si Dios fuese un policía y juez implacable, olvidando al Dios-es-Amor. De eso, todos los cristianos somos responsables de crear una imagen errada de Dios, de Jesús...

Muchos recuerdos aparecen en ese día, y en los que siguieron. Esos quedarán para la conversación anecdótica, en aquellas tardes en que recordemos la vivencia del terremoto. No habrá, por ende, foto. Cada uno tiene las suyas, en su cámara, celular, en su mente y vida.

Y, nuevamente, te recuerdo y te abrazo en mi recuerdo, Alonso... Que los ángeles te acompañen, y (por qué no), te mandes una pichanga celestial, eterna...

Paz y Bien.-






lunes, 10 de febrero de 2014

El luminoso sabor de la vivencia cristiana (Mt 5, 13-16)

El epílogo de las Bienaventuranzas. La conclusión del programa de vida que todo cristiano está llamado a seguir, la Nueva Ley del Amor, que se desglosa inclemente sobre los fundamentos de la insolidaridad, del egoísmo, del pecado. Ésta es la lectura del evangelio leído el día de hoy, una palabra que requiere buen tino, ya que, al verla en detalle, es un profundo llamado, más serio de lo que se pretende a simple vista.

La sal (v 13) da sabor, los resalta, les da intensidad, color. Hace que todo alimento (bueno, casi todos) tengan un suculento sabor. La sal en Palestina era inestimable, y en el mundo antiguo en general. No en vano la palabra " salario" tiene profunda relación con la sal (con este aliño pagaban en parte a los soldados). La sal, además, tiene propiedades de conservación, permite mantener a los alimentos protegidos de la putrefacción, y así se pueden consumir, ser utilizados por más tiempo.

Acá viene dos ideas, al respecto:

- La sal da sabor a la existencia, por ende el cristiano es quien le pone sabor, sentido, a la vida humana, a sus actividades, vivencias, anhelos, dolores y esperanzas. Como es "sal de la tierra", no está hecha para guardarse en el salero, sino para saborear la existencia de-afuera, la que realmente es importante. Para que funcione, debe ser de exterior, sino pierde sabor, se desvirtúa, se pone sosa, desabrida. Es también llamado del cristiano permanecer fresco, capaz de resaltar la existencia y potenciarla en su valor positivo, resaltar los sabores, como mencioné antes.

- La sal tiene la propiedad de hacer perdurable los alimentos. Por ende, el valor del cristiano es hacer perdurable el Reino en medio de los Hombres, conservarlo, permitir que la nueva Alianza sea una "alianza de sal" (Nm 18, 19), en donde la fraternidad entre cada uno de nosotros, humanos, miembros del mundo, y de la comunidad cristiana; en donde la paz, la solidaridad y la lucha contra todo lo que sea anti-Reino sea firme, poderosa, inquebrantable. Si la sal-nosotros no cumple con esa expectativa, es simplemente fácil de desparramar, todo se hace inestable, más podrido: se puede pisar, por inservible.

La sal tiene el propósito de "hacer sabroso el mundo de los hombres en su alianza con Dios" (X. Léon-Dufour, "sal", en Vocabulario de Teología Bíblica, p 824). Con la sal, las comunidades pueden hacer sabrosa la existencia de todos los hombres, y responder ante ello con lazos fuertes e inalterables. Saborear la existencia, pero sin caer en corrupción, en palabras de J.A. Pagola (http://blogs.periodistadigital.com/buenas-noticias.php/2014/02/03/salir-a-las-periferias)

La luz ilumina, es algo evidente... Así es evidente (en realidad, y lamentablemente, no es tan así) para los discípulos de Jesús. No se puede ocultar la ciudad en la punta del cerro, ya que es absolutamente claro que se encuentra en ese sitio. ¡Tampoco se debe dejar la luz en baúl! Es significativo el signo: tenemos la luz, Jesús es la luz del mundo, que ilumina la nueva creación y nos trae liberación y un mundo mejor, pero está ahí, guardado, sin cumplir su función: alumbrar.

Alumbrar (v 14), para sacar a las tinieblas, para que el pueblo que andaba en tinieblas la vea (cf Is 9, 1s) y contemple, se pueda mirar a sí mismo y darse cuenta de su condición de hijos de Dios; para que pueda mirar al otro, a los que sufren en especial, y pueda contemplar, darse cuenta de que ese otro es también hermano. Alumbrar, para que las tinieblas retrocedan, y pueda dejarse mostrar al Hombre, ante los demás y ante sí mismo, ver haca afuera y hacia su interior. Conversión y servicio, eso propone la luz. Para actuar, hay que ver-nos.

Ser luz del mundo, para que los hombres vean... pero no para engreírnos ni mostrarnos como iluminados, como una especie de raza privilegiada. El evangelizar, el ser-Evangelio, en cada aspecto de la vida, desde los simples y cotidianos hasta los significativos, aquéllos momentos que demandan una opción plena por Jesús, la comunidad de la Iglesia y los pobres y humillados; eso no debe ser un motivo de orgullo, sino de siempre servir, amar y servir. Si los hombres no dan gloria a Dios (v 16), y la dan a las personas ¡a nosotros!, hay que preocuparse.

No hay que envanecerse, ni ser un showman-woman, ni dárselas de profeta o de gurú pseudoreformador. Los grandes y verdaderos cristianos, los que, como San Francisco, abogan por el Evangelio, por una Iglesia plena, que es de/para/con todos, trabajan siempre en la luz del servicio y la entrega, dando sabor y consistencia a nuestro mundo. Para que todos demos gloria a Dios y, a la vez, seamos y sigamos el llamado de ser eso, sal y luz. Ésta es tarea de todos.

Paz y bien.-




sábado, 8 de febrero de 2014

El Pablo (los otros Cristos)

Hoy fueron los funerales de Pablo. Un hombre que vivió durante años en las calles, que se transformaron en su cobijo, su esperanza, un refugio.

Pablo fue un hombre de profundas convicciones, de fe inquebrantable, de una devoción a toda prueba. Amaba a Dios con el alma de un sencillo, un pequeño que ve todo desde una óptica simple, libre, y pedía en cada Misa, sin rodeos ni palabras grandilocuentes, por sus amigos, sus hermanos, los de la calle.

Agudo como nadie, inteligente, despierto (como un niño), siempre vivaracho. Con un humor a toda prueba, siempre decía cosas en los momentos más inesperados, incluso cuando se celebraban importantes y adustos encuentros.

El alcoholismo fue su cruz, una cruz que, como la de Jesús, lo llevó a la muerte, bajo una noche lluviosa de febrero, lejos, muy lejos de su amada parroquia.

Mientras lo despedíamos, pensaba en lo difícil que es ver en aquellas personas que sufren el rostro de Cristo. Es doloroso y aleccionador, a la vez, recordar cada momento en que, por miedo, egoísmo o desprecio, rehuímos de ellos, pasando por alto el llamado a amar a Dios/amar al prójimo. Olvidamos a tantos Pablos que circulan por nuestras vidas, cuando hemos sido llamados a las "periferias existenciales", en palabras de nuestro papa Francisco.

Nuestro llamado es a buscar a otros Pablos, Cristos, acogerlos, cuidarlos, amarlos. Darles herramientas, apoyo, sostén en sus vidas, aciertos y caídas.

Porque en ellos está el rostro de Jesús, en estos humildes, que son como niños.

Descansa en paz, Pablito, entra en el gozo de tu Señor, y que María que acoja, te reciba con dulzura.

Como a un niño.

Paz y Bien.