domingo, 6 de septiembre de 2015

Dejar-nos abrir la boca, la mente y la vida (Mc 7, 31-37)

A Aylan.

Tengo en mi poder un celular, con los programas básicos que actualmente se utilizan para comunicarse. WhatsApp, Facebook, Twitter (en realidad ocupo Echofon)... Elementos con los que hacemos un alarde notable de nuestras palabras y capacidades de composición. Estas redes sociales transforman a cada cual en verdaderos estadistas, escritores connotados, opinadores de vanguardia, periodistas consumados. Se entablan notables diálogos, diatribas, polémicas, debates a nivel virtual que hubiesen sido la delicia de un Cicerón.

Hablamos sin parar... A veces, a una pantalla despersonalizada, sin vida, sin nada que sea más que una respuesta en forma de sonido o de Like.

Los ánimo comunicativos entre cada uno de nosotros se hace banal, sin contenido. No desdeño, desde luego, estas herramientas. Las uso mucho, pero con una salvedad: son herramientas de comunicación, pensando que seguiré entablando agradables conversaciones face-to-face con la otra o el otro. 

El problema es cuando estos programas se transforman en reemplazo de las comunicaciones auténticamente humanas.

Quise partir con el problema de las redes sociales, como manera de mostrar e problema de comunicarnos, de sentir amor y empatía por el otro, y entrar en su horizonte, a manera de generosa escucha, compañía y acción. Podemos quedar atrapados en la vorágine de la sordera frente a Dios y los demás; frente a la mudez ante un gozo que se vuelve necesidad en un mundo monocolor.

Las actitudes del sordo y tartamudo son un reflejo de nuestras dificultades relacionales, de nuestras carencias de ser-Iglesia, de ser seres humanos que escuchan y hablan a otros que escuchan. Una cultura del escucharnos y del diálogo hace mucha falta.

- Sordera: ante la voluntad de Dios, que quiere traer el Reino, dimensión del diálogo, donde somos Otros que se unen con Otros; ante la sordera del clamor de los demás, por pan, techo, abrigo, consuelo, ternura, perdón, claridad, verdad. Ante la incapacidad de oír los signos de los tiempos que corren, donde tantos seres humanos sufren muerte y persecución, exilio e injusticia.

- Tartamudez: por nuestra cobardía, por nuestro temor a hacer valer con fuerza el mensaje de Jesús, por el terror ante nuestro bautismo (sacerdote-profeta-rey), por no adoptar una actitud de entrega ante el mundo-realidad que nos rodea, en clave de misión entregada y evangélica.

Los gestos de Jesús abren los canales que permiten escuchar-nos, para conocernos en profundidad, para reconocernos Otros, personas, seres vivos. Jesús, en el corazón de la más profunda intimidad ("lo apartó de la gente"), vuelve al hombre un viviente, ya que sólo el viviente puede hablar, puede comunicarse. Effatá es la palabra que da vida, que nos vuelve personas nuevamente. Lo revivie, lo pone junto a la comunidad, lo hace un Otro.

Y olvídenlo: imposible acallar a quien tiene la palabra dispuesta, el oído generosamente dispuesto, la vida para ser entregada por los demás, sin duda para que otros puedan abrirse a escuchar y hablar con palabras de vida. "Todo lo ha hecho bien", dicen los aldeanos de la aldea no judía, evocando el relato de Gn 1: Lo hecho por Jesús es obra del Padre, voluntad creadora, por medio de la palabra.

Sanemos, seamos sanados en el oído y la tartamudez, para no caer en indiferencia, para sacar el corazón de piedra y hacerlo de carne; corazón que es co-razón, "razón de vivir la vida" (V. Heredia). No quedemos sólo en la lástima, más aún que vemos hoy cómo miles de personas cruzan con desesperación las fronteras, en busca de una mano, un oído, una voz que acoja. Sanemos, para sanar, no quedemos tartamudos ni sordos de desesperación e indiferencia, rompamos las fronteras que nos limitan; que lo "natural" del ser humano sea ir a lo que es más-allá, a ser pura esperanza, pura utopía generadora.

Que Aylan, niño del Effatá, que abre la voz y el oído a una Europa y un mundo cegados y enmudecidos, nos recuerde el valor de mirar al Hombre y su dignidad de Hijos y Hermanos.