viernes, 18 de abril de 2014

Via communis, Via crucis.

Avanzaba por las calles, en la soledad de un fin de semana largo, que para muchos fueron meras vacaciones, un calmante en medio del denodado culto al dios del dinero, del trabajo esclavizante, del hedonismo...

Gente que. sin malicia, caminaba, jugaba, miraba el ambiente, peloteaba, sin malicia.

Otros competían en desenfrenadas carreras, tonificaban los músculos y daban rienda a los más elevados pensamientos en torno a las planicies de un pensar más bien huero. Muchas personas en ello, muchas gentes, en todo.

Nadie se percata del detalle, nadie toma en cuenta lo que ocurría, a pocos metros, kilómetros, jornadas de viaje.

Y en esto me detengo, compungido, algo desolado (¿así pensaban los chicos que iban a Emaús?), y pienso en que, quizá a unos metros de mí, Jesús, el liberador, el salvador, el que comía, caminaba, bebía, el que curaba enfermos, levantaba muertos, el que trajo la liberación a los pobres, el que hizo trizas las cadenas del pecado, el dolor, la injusticia... Ése, estaba clavado en una cruz, castigo oprobioso para los rebeldes al imperio, pedido por el poder político-religioso de Jerusalén, Ahí moría, entregaba el espíritu, vencía a la muerte, ahí estaba por su vida consecuente, por ser Emmanuel. Ése estaba muerto.

Y la gente, pasa que pasa, quizá la mitad de la ciudad ni idea tenía de lo que acontecía. Los burros, las carretas, los autos, los bólidos construidos a partir de Ladas, los caballos, los romanos, los niños, los pololos, el viejo curado. Todos pasaban, todos caminaban.

Pero están los testigos, los que vieron al Rabbí morir y no claudicaron en acompañarlo en las horas de la oscuridad (María, mujeres, Juan), los que huyeron despavoridos ante el peligro, los que fueron sembrados por la semilla de una palabra de salvación, de conversión plena, los que sintieron miedo, al punto de ser Pedro negando con los gallos de la madrugada, los que fueron acogidos por Él, a pesar de ser lo último de lo último, los parias. Esos sí vieron, sí irán en sus vidas, hechos y palabras, relatando a aquéllos que pasaron pacíficos por ese día, a aquéllos que ya no quieren escuchar (culpa nuestra, sin duda), a las gentes que se movían como si nada, que algo diferente, insólito, sucedió esa jornada. Un día más.

Pero que no fue un día cualquiera. Menos el que le siguió.

Paz y Bien.-

Hora

Tener un poco de agallas
me hace temblar.
Obvio.

Soy hombre,
no pez.

Sácame del castillo oscuro y
Tórrido de un mañana simple
y muerto.

Las luces
me refieren reflejos
y dolorosos despertares.

El cáliz de la hora.

Y tú,
en la hora,
hierro es semilla
de muertes e
in-auditos.