lunes, 10 de febrero de 2014

El luminoso sabor de la vivencia cristiana (Mt 5, 13-16)

El epílogo de las Bienaventuranzas. La conclusión del programa de vida que todo cristiano está llamado a seguir, la Nueva Ley del Amor, que se desglosa inclemente sobre los fundamentos de la insolidaridad, del egoísmo, del pecado. Ésta es la lectura del evangelio leído el día de hoy, una palabra que requiere buen tino, ya que, al verla en detalle, es un profundo llamado, más serio de lo que se pretende a simple vista.

La sal (v 13) da sabor, los resalta, les da intensidad, color. Hace que todo alimento (bueno, casi todos) tengan un suculento sabor. La sal en Palestina era inestimable, y en el mundo antiguo en general. No en vano la palabra " salario" tiene profunda relación con la sal (con este aliño pagaban en parte a los soldados). La sal, además, tiene propiedades de conservación, permite mantener a los alimentos protegidos de la putrefacción, y así se pueden consumir, ser utilizados por más tiempo.

Acá viene dos ideas, al respecto:

- La sal da sabor a la existencia, por ende el cristiano es quien le pone sabor, sentido, a la vida humana, a sus actividades, vivencias, anhelos, dolores y esperanzas. Como es "sal de la tierra", no está hecha para guardarse en el salero, sino para saborear la existencia de-afuera, la que realmente es importante. Para que funcione, debe ser de exterior, sino pierde sabor, se desvirtúa, se pone sosa, desabrida. Es también llamado del cristiano permanecer fresco, capaz de resaltar la existencia y potenciarla en su valor positivo, resaltar los sabores, como mencioné antes.

- La sal tiene la propiedad de hacer perdurable los alimentos. Por ende, el valor del cristiano es hacer perdurable el Reino en medio de los Hombres, conservarlo, permitir que la nueva Alianza sea una "alianza de sal" (Nm 18, 19), en donde la fraternidad entre cada uno de nosotros, humanos, miembros del mundo, y de la comunidad cristiana; en donde la paz, la solidaridad y la lucha contra todo lo que sea anti-Reino sea firme, poderosa, inquebrantable. Si la sal-nosotros no cumple con esa expectativa, es simplemente fácil de desparramar, todo se hace inestable, más podrido: se puede pisar, por inservible.

La sal tiene el propósito de "hacer sabroso el mundo de los hombres en su alianza con Dios" (X. Léon-Dufour, "sal", en Vocabulario de Teología Bíblica, p 824). Con la sal, las comunidades pueden hacer sabrosa la existencia de todos los hombres, y responder ante ello con lazos fuertes e inalterables. Saborear la existencia, pero sin caer en corrupción, en palabras de J.A. Pagola (http://blogs.periodistadigital.com/buenas-noticias.php/2014/02/03/salir-a-las-periferias)

La luz ilumina, es algo evidente... Así es evidente (en realidad, y lamentablemente, no es tan así) para los discípulos de Jesús. No se puede ocultar la ciudad en la punta del cerro, ya que es absolutamente claro que se encuentra en ese sitio. ¡Tampoco se debe dejar la luz en baúl! Es significativo el signo: tenemos la luz, Jesús es la luz del mundo, que ilumina la nueva creación y nos trae liberación y un mundo mejor, pero está ahí, guardado, sin cumplir su función: alumbrar.

Alumbrar (v 14), para sacar a las tinieblas, para que el pueblo que andaba en tinieblas la vea (cf Is 9, 1s) y contemple, se pueda mirar a sí mismo y darse cuenta de su condición de hijos de Dios; para que pueda mirar al otro, a los que sufren en especial, y pueda contemplar, darse cuenta de que ese otro es también hermano. Alumbrar, para que las tinieblas retrocedan, y pueda dejarse mostrar al Hombre, ante los demás y ante sí mismo, ver haca afuera y hacia su interior. Conversión y servicio, eso propone la luz. Para actuar, hay que ver-nos.

Ser luz del mundo, para que los hombres vean... pero no para engreírnos ni mostrarnos como iluminados, como una especie de raza privilegiada. El evangelizar, el ser-Evangelio, en cada aspecto de la vida, desde los simples y cotidianos hasta los significativos, aquéllos momentos que demandan una opción plena por Jesús, la comunidad de la Iglesia y los pobres y humillados; eso no debe ser un motivo de orgullo, sino de siempre servir, amar y servir. Si los hombres no dan gloria a Dios (v 16), y la dan a las personas ¡a nosotros!, hay que preocuparse.

No hay que envanecerse, ni ser un showman-woman, ni dárselas de profeta o de gurú pseudoreformador. Los grandes y verdaderos cristianos, los que, como San Francisco, abogan por el Evangelio, por una Iglesia plena, que es de/para/con todos, trabajan siempre en la luz del servicio y la entrega, dando sabor y consistencia a nuestro mundo. Para que todos demos gloria a Dios y, a la vez, seamos y sigamos el llamado de ser eso, sal y luz. Ésta es tarea de todos.

Paz y bien.-




No hay comentarios:

Publicar un comentario