El
viejo que observaba
la
luna desde el monte
recordaba
con alegría
la
vida que esperaba sentado
un
sueño de espuma y miel,
un
amor de sombras de árbol,
mientras
el mundo que vio al nacer
se
tambalea en su egoísmo y ocaso.
El
viejo era un niño que se mecía frente al río,
miraba
a su amada y a la tierra virgen,
y
vio que el cóndor y los pumas,
la
montaña y el río que era su río,
río
de ensueño y esperanza, lo invitaba a naufragar,
a
crecer como la araucaria que su tío,
en
empeño y posesión de verdades,
le
mostró un amanecer de agosto.
El
viejo nunca murió,
simplemente
pensó y se rió
sentado
en el monte,
nunca
más una pesadilla,
nunca
más la muerte.
Mientras
la luna antorchaba
de
azul el verde norte
del
bosque.
(26/01/2010)
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