Ayer estuve de cumpleaños. 28 años han comenzado a correr en mi humanidad, y con ello una serie de historias nuevas, vivencias y demases.
Y ante tamaña chorrera de edad, debo verme en la obligación de reflexionar en torno a lo que he hecho en este último tiempo, en estos últimos tiempo. Lo haré, porque en este minuto de la vida he vivido dolores y sinsabores que hacen cuestionarme lo que soy, mis más profundas formas vitales, mis razones. Mi yo.
He cometido errores, muchos errores, de muchos tipos. No soy una persona perfecta, me he visto envuelto en actos y decisiones que han terminado mal, que han implicado daños a muchas personas, que determinan decepciones, dolores, angustias y rabias de parte de los demás. He actuado como un torpe, como un déspota y carente de todo tino, de toda gracia. He actuado con falta de amor.
Me llena el alma de una angustia que hace muchos años no vivía, me duele de ser, me cuestiona el sólo hecho de existir, de reír y cantar, de compartir y caminar por la vida. Sólo una bicicleta y largos viajes, para dar cuenta de mi estupidez, de mi ser-un-saco-de-mierda, experto en hacer doler.
Me desahogo acá, para que puedan sacar lecciones de vida, para que comprendan que no todos en este mundo estamos para compartir de manera plena con el mundo, con las personas que llama queridas... pero en quienes sólo ha habido una respuesta.
Durante estos años la cantidad de decisiones malas se van duplicando a medida que crezco, a medida que me vuelvo más provecto en años. He pensado que soy una especie de Benjamin Button de las relaciones humanas, un retroceso, una ocasión de tropiezo y de juicios que terminan confirmando lo que hace años pensaba: que soy una persona que ha nacido para saborear la soledad. Contra mi voluntad, pero a causa de ella.
Podría alegrarme por muchas cosas. Tengo amigos fieles, personas y familia que me han apoyado en mis momentos duros. Pero la ola de imbecilidades, de cagadas que he dejado desparramado en el camino hasta ayer dan prueba que lo bueno no ha sido lo más abundante, que los dolores propios e infligidos se hacen una cicatriz, una marca que se ve imborrable, imperecedera, y por la cual debo dar cuentas.
Gritos, llantos, miles de reacciones inmundas, insanas y cargadas de negro. Ése ha sido el tiempo previo a una fecha que, a la verdad, perdió toda significación para mí. Es sólo un año más, un tiempo nuevo para ser el mismo imbécil y tarado, para ser el desgraciado de siempre. Un hombre con vocación al cagazo. Un llamado a la soledad plena.
Es hora de encaminarme y asumirme lo que soy: nada, ocasión de escándalo y derrumbe. una bosta desechable.
¿Por qué, Dios mío? Siempre he creído que hago las cosas bien, que tengo capacidades y que soy capaz de dar afecto a los demás... Pero detrás de mí sólo hay un reguero de sangre, de gente dañada, adolorida y sentida. Ante eso, ¿qué hacer, sino encerrarse en su propio mundo, con la convicción clara de no dañar a los demás con el mejor remedio que puede entrar en mi mente: permanecer lejano?
Perdón a quienes he dañado, en este último tiempo, y a quienes he dejado, a quienes he prometido sin cumplir... Sólo trataba de hacer un bien, pero ha salido un maldito mal.
Quizá mañana será otro día, la esperanza es lo único que se pierde. Lo único que quiero hacer es hundirme y hacer un bien a la humanidad, desapareciendo y buscando un encuentro conmigo mismo, lejos de probables víctimas. Hoy, sólo quiero gritar y desgarrarme la voz, perdonando a cada hombre y mujer a quienes he lanzado la flecha, el cuchillo de mi-propio-ser. Y perdonando que tengas que leer esto.
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