jueves, 13 de diciembre de 2012

La comunidad: algunas consideraciones.

Estamos en un momento de la historia del ser humano en que, como un verdadero cáncer, se extiende la idea de la individualidad en medio de nuestras sociedades. Cada ser humano se extiende como un universo aparte, sin ningún tipo de vínculo con otros. Lo poco de relación humana que existe es, mayoritariamente, la búsqueda de algún beneficio, el buscar algo "para-mí".

La Iglesia no escapa a este contagio pernicioso, formar parte del mundo es razón suficiente para que en sus más íntimas fibras aparezca el tumor individualista.

Un dolor produce, por cierto, la actitud de algunos que van al encuentro de Cristo sólo por ellos, por una salvación que conviene sólo a mí, a lo más a la familia más cercana. ¿Cuántas veces hemos oído con cierta parsimonia y desdén la expresión "voy a la Iglesia no por la gente, sino por mí"? A mí, en lo personal, me induce al dolor, y a la reflexión.

¿Qué estamos haciendo mal?

La Iglesia es la expresión máxima de la idea de la comunidad, del conjunto. Somos personas gregarias, nos acomodamos naturalmente a estar en reunión. Dios, en la libertad, nos anima a reunirnos y a compartir, a no vivir el ser cristiano como una vivencia intimista, egoísta, encerrados en nuestros devenires. Somos seres sociales.

Tampoco se trata de volvernos una masa inerme, sin vida. El ser persona significa mantener nuestras particularidades, nuestras "personalidades". Pero uno es persona en el contexto de los demás, no en el contexto del vacío social, no es un dirigible. No: estamos llamados a la hermandad, al amor, todos unidos en nuestras vivencias en torno a la mesa de fraternidad que el Señor nos pone en frente, a todos por igual. No somos individuos, somos personas, únicas entre, por y para los demás.

En estos años, diversos grupos y carismas han tratado, con muchísimo esfuerzo, renovar a la Iglesia devolviéndole el carácter comunitario que se ha ido perdiendo, experimentando poco a poco el gozo de saber quién es el otro que está a mi lado, su vida, que la convierte ya no en individual, sino que en personal, y, por ende, en comunitaria. Pero debemos tener en cuenta que hay aspectos que no pueden soslayarse, aspectos importantes a considerar.

Las comunidades no pueden olvidar que son eso, comunidades, unidas en fraternidad y que han oído el Evangelio, ha habido un encuentro frontal con Jesús. Es complicado encontrar dentro de las comunidades -incluso avalar- la idea mencionada del "voy por mí". No olvidemos que estamos llamados a ser prójimos del otro, del que sufre, de solidarizar y volverme uno con quien es mi hermano. No puedo abstraerme de lo que al otro le pasa. En fin, sacarse el veneno del egoísmo inhumano. Lo que le pasa al otro, también me ocurre a mí. si las comunidades reducen su vida a mirar cada uno a Cristo, sin echar raíces en el otro, sin mirar al otro como a Cristo, ¿qué sacamos con reunirnos, con juntarnos, con preparar celebraciones de cualquier índole? Tampoco las comunidades son un club, no son un fin, sino el principio de vida, el espacio de nutrición común en las Escrituras, el del testimonio, los sacramentos, el de nuestras personas, que se hacen comunión fraterna.

A este respecto, San Pablo mencionan el relevante hecho de que somo uno con Cristo. Somos uno! ¿Saben lo importante y fundamental de esa frase? Si uno sufre, todos nos unimos y sentimos el sufrimiento del otro, no nos quedamos impávidos. Si alguno comete pecado, todos resentimos de ese pecado. Imagínense la dimensión que tendría, por ejemplo, la confesión, si supiésemos esta cuestión... Mi pecado daña directa o indirectamente al otro, a quien es mi hermano. Así también las tragedias, los dolores y angustias, hacerlas una con nosotros, como también las alegrías y esperanzas.

Recordar que la Iglesia es universal nos ayuda también a unirnos en comunión con otras comunidades, a aprender de ellas y a confrontarnos en la paz y a la luz de Cristo. No podemos estar en la parada de creernos los mejores, que las comunidades de uno u otro carisma son mejores que el resto... Transformaríamos a cada grupo en verdaderas sectas, mirando feo a cuanta cosa extraña tiene el grupo de al lado.

Cada grupo tiene tiene sus dinámicas, sus aspectos positivos y negativos. Pero hace que también nos unamos, porque la vida de la Iglesia entera es también el ir entre sombras y luces, en el caminar de la historia. tenemos el llamado a vivir en la humildad, todos por igual. Vernos siempre necesitados, como Pueblo, de la presencia de Dios, del amor de Cristo, Dios que se hace solidaridad, que comparte nuestras penas y alegrías.

Insisto: la comunidad debe ser el antídoto para luchar contra el individualismo. La vivencia de Cristo con el otro y en nuestra personalidad nos animará a ver en mi hermano a otro Cristo, y a entrar en el diálogo y evangelización del mundo, compartiendo y entrando en la fraternidad con otros que necesitan el mensaje kerygmático, sin condenar, sino entrando en lo fraterno, en el diálogo. No olvidemos que la Iglesia no vive para sí, sino para los demás, es expresión plena de la presencia y manifestación de Dios en este mundo, la plenitud de ese espíritu que ya corre en todos. En pocas palabras: sacramento, Dios presente que aparece delante de los hombres para anunciarles el amor, la solidaridad, la paz y la vida eterna.

Y si somos sacramento, no nos aburguesemos. Es cómodo estar dentro de la parroquia, vivir el calor de la paz... cuando estamos llamados como comunidad a salir, a ponernos a la obra, a que nos salgan callos en las manos y nos crezca el alma poniendo nuestras fuerzas al servicio del Evangelio, en disposición de ser instrumentos de la plenitud y el llamado cristianos a la vida como plenitud y "ser-para-los-demás"

Pidamos a María, primera cristiana y quien estaba en medio de las comunidades de primeros creyentes, que nos ayude a abandonarnos a plenitud, a dejarnos conducir por el Señor y a unirnos y hacernos uno con el resto.

La paz.-





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