Se
abrieron una mañana las alas introitas,
de un
amigo y de una paloma,
los cuales
sacrificaron el ensueño de famas,
se
hicieron un canto y himnos
para el
mañana.
Se
separaron de la tierra y se hicieron un presagio,
se
encontraron cara a cara con la vida que se hizo la muerte,
no
permitieron más barbaridades,
se
pusieron a pensar un estaño y un bronce
y parece
que les fue muy bien.
Las
capitales se abrieron como un extraño
caldo de
cultivo para el odio y la
personalidad,
pero no debían salirse con la suya
los
espaciosos espasmos de esas urbes de fango,
solo la
ciudad se enmudeció, cuando
estos
amigos de todos, hablaban de la verdad y el
amor que
se perdió en el charco hacía ya rato,
como el
charco que se formó en mi ser, cuando vi
la vida
volar y con ella, mi vida.
Pero no
todo es tan bello, no todo se volvió un sueño,
la
pesadilla se encargó de borrar al
amigo y la
paloma, se encargó de que pasaran los años,
y los
borrachos de hoy se encargaran de los ebrios de antaño,
de odio,
pero parece que es contagioso y penoso,
como el
charco que inunda mis ojos, cuando pienso en
el viejo
comunista de Manuel.
Los amigos
se dieron el último abrazo, como cuando jugaron la
última
pieza del ajedrez, y volcaron sus cuerpos ajados
a tan
corta edad, a la muerte
y después
de ella, al espíritu de la convicción
de que
todo era perfecto y nada trabante.
Me parece
que nunca fueron encontrados, pero su incólume presencia
está en
los mundos que se entretejieron
y
sirvieron de puente y consuelo
para
aquellos que les
sobrevivieron
y siguen
caminando
a las capitales.
(14/02/2010)
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