Descubro sin ambages
el tórrido dolor del
desprecio.
Una luna se cubre ante los aires
del bosque
que crece en mí
y se convierte en un oasis
regado con
llanto.
Con la luna que abre un sendero,
con la luna que me muestra
los negros espacios de interés
de quienes me robaron la noche.
Los senderos que se iluminan de esas estrellas
que no veo
pero ahí están,
para que levante la cabeza.
Suenan a cada instante las llamadas
avisando de la posible
fuga de sangre.
Me quedo atónito, con el fono en la mano.
La sangre que doné a quienes la hicieron
jugo insípido,
un rato,
una risa
y nada más.
Los pasos me recuerdan una canción
que dice
calma, ten calma.
Eso es un chiste corto
ahora.
Ahora.
Quiero que llueva.
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