¿De qué sirve tantos
honores,
honras, espacios,
capitales,
riquezas,
portadas de revistas
(sin biblioteca),
los aplausos vacíos, los cumpleaños
de miles de caras de Facebook,
los millones que quiero por
cada millón de la deuda,
los puestos en alturas de
soberbia,
el que se crea en el mundo el cuento
de la fama y la independencia
si no concurre a la vida el abrazo verdadero
las palabras dulces,
la risa alborotada y sin más sentido
que la risa,
las esperanza y, cuando es
desesperanza, la luz de amanecida
del amor?
¿De qué sirve lo superfluo, si al final,
por el frío de corazón,
se pierde la vida?
Escogí la vida, porque tengo derecho
a bailar sobre las sombras que me querían
templar y transformarme
en un mausoleo.
Escojo abrazar, y que el corazón de niño
viva. Que salte
y ría
y abrace hasta el mar.
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