Hoy, Domingo, celebramos la fiesta de la Epifanía, la fiesta de los Magos de Oriente, los que vienen a adorar a Jesús, el niño envuelto en pañales.
Los Magos, que, debido a la interpretación litúrgica de Is 60, más específicamente el versículo 3, se les asigna el título de Reyes, venían desde las lejanas tierras orientales, en busca de quién sería el rey mesiánico, anunciado como el Cristo (Mesías) prometido al Pueblo de Israel. Son sabios, que practicaban el estudio de los astros (astro -nomos y -logos), y que eran mal mirados, sin duda por el hecho de querer buscar conocimientos más allá de lo permitido, de hurgar en misterios que únicamente Dios podía permitir.
Pero, no nos detendremos en eso, sino en el signo fundamental de este gesto.
Estos personajes, como dijimos, llegaron guiados por esta estrella, signo de la luz, que Jesús trae al mundo. Fueron guiados desde lejos, y -ésta es una contrariedad para muchos de los que se dieron cuenta- eran paganos, extranjeros, que no creían en el Dios de Israel, el de la Ley, el del Templo.
¿Cómo un grupo de no creyentes en el judaísmo pudieron viajar kilómetros de kilómetros, cruzar medio mundo, para ver al niño, cumplimiento del Mesías, del hijo de David, por tanto tiempo esperado, aquél que restauraría el trono de David, y, más aún, adorarlo?
La única explicación: Cristo se ha manifestado a todos, no sólo a Israel, sino que al mundo. Dios, que ha puesto en el corazón de cada hombre el anhelo de buscarlo, se expresa, se manifiesta a cada ser humano, creyente y no creyente, en la figura del pequeño rey, hundido en pañales, no aquél que gobierna en Jerusalén ni ejerce su poder mediante la opresión, sino en aquél que es la humildad, la pobreza, gloria no por joyas ni tronos, sino por ser siervo, que viene al mundo a traer un tiempo de Gracias del Señor. uno que nace no en la capital, sino en un pequeño pueblo, Belén.
Estos magos honran, adoran, ofrecen obsequios... y se van, no vuelven a Herodes, a quienes antes interrogaban, en busca de ese rey, y que motivó el estremecimiento del monarca y de toda Jerusalén.
Es complicado este texto, sin duda: un rey que es contrariado por la aparición de un supuesto "usurpador", los maestros y todas las figuras religiosas de Israel, que se mostraban enceguecidas (tenían en sus narices las palabras del profeta Miqueas, Mi 5, 1-3) ante el signo poderoso que se les presentaban al frente: unos magos, paganos.
Cristo se manifiesta al mundo, se hace puerta, entrada de un reino que viene a quedarse en medio de nosotros. Los magos no se quedaron en Belén, tampoco se convirtieron a la Ley mosaica, es más, se fueron. Se fueron, a dar testimonio entre sus pares, en su pueblo y su cultura, del mensaje poderoso de un rey, envuelto en pañales, en una pobre vivienda. Entonces, ¿qué esperamos para ser como estos magos? Nos carcome la burguesía, el acomodarnos, el creer que vivir dentro de las parroquias, participar "dentro de" va a asegurar la presencia de Dios en medio de nosotros, de nuestras poblaciones, de nuestro pueblo. ¡No! Salgamos de nuestras parroquias, seamos como estos hombres del Oriente, y entreguemos, en el espíritu del diálogo y la entrega, el mensaje de este niño pascual, que aparece y se manifiesta en medio de nosotros. De nada sirve ocultar el fuego, la mecha que arde... Sirve para alumbrar, no con luces nuestras, sino con las luces claras del Señor. Que muestra el camino y permanece con nosotros.
Volver al sentido de lo católico, lo universal, no como acto de conquista temporal, sino de epifanía de amor, de acontecimiento, en medio de los Hombres. Sin imponer, sino comprendiendo y, sobre todo, amando, siendo signo.
El rey ha sido honrado, y después vivirá la persecución, la tragedia de huir, de escapar a Egipto, y haciéndose en sí mismo la historia de Israel, que va a Egipto, y que vuelve libre, victorioso, en brazos de María y de José.
En este tiempo, que para varios puede ser un tiempo de angustia y sufrimiento, no nos dejemos cegar por la seguridad y por la sed de grandeza (Como los escribas y sacerdotes, que esperaban que el mundo se volviera a ellos, al templo, y a Jerusalén), miremos los signos de los tiempos, y entreguemos el mensaje de los Reyes Magos, que traen esperanza, consuelo, paz, a cada ser humano, independiente de su cultura, de sus costumbres, de su lengua, de su lugar de emplazamiento.
Y, sobre todo, vivir esta manifestación en la alegría!! Algo que hemos perdido, quizá por las formas erradas de fe que se han recibido desde antaño. Aquel que ha recibido la manifestación de Cristo en su vida, aquél que ha sostenido un encuentro frontal con Él, no puedo otra cosa que alegrarse, que sentir el gozo tremendo de ver a Jesús, persona, acontecimiento, que viene a llenar nuestras existencias de sentido.
No imponer, sino comprender... Sin seguridades, sino a saltar a la aventura y la alegría de anunciar.
La Paz.-
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