Escuchando la vida, sus signos y propuestas de existencia, son uno de los momentos más cruciales a la hora de definir el camino que cada uno de nosotros emprende. Y siempre ese camino involucra un otro, ese andar se transforma en acciones que involucran un nosotros.
Esta sociedad de rendimiento nos enceguece ante quien tenemos en frente. Lo miramos en un plano inferior, de utilidad sin más, y las relaciones humanas pasan de ser en dimensión fraterna a una dimensión productiva, de simple negocio. Eres importante en cuanto sirves al impulso egoísta de un yo, que se vuelve ídolo de absoluta envergadura.
Tenemos que perdernos en el otro de todos los hombres, para así vernos en identidad propia. No es perder la propia persona y confundirse, sino que, al considerar al otro, me fortalezco en plenitud, puedo mirar sin temor a los otros-Otros. Al sentirme hermano de cada uno de los seres humanos, me reconozco humano y digno.
Lázaro y el rico (cf. Lc 16, 19-31) se vuelven un llamado, a escuchar a Jesús y de actuar en configuración y concordancia a su mensaje y obrar. Lo que escuchamos en nuestra vida de de fe, lo que recibimos en nuestras parroquias, catequesis, etc., debe encarnarse y volverse un acto de amor sin límites, desbordante, loco por los que son explotados y sufren la esclavitud, en todos sus amplios aspectos. Llevar a todos al seno de Abraham, porque toda escatología y esperanza no tiene sentido si no comienza hoy. El Reino se nos ofrece ahora, es ahora donde debemos vivirlo, acogerlo, y convertir esa acogida en exigencia y acción por un mundo más justo y fraterno. No volverse el Rico (Epulón, como se decía antaño), terminar enterrado. Olvidarse del otro para dar rienda suelta al onanismo existencial del lujo, o, peor aun, usar al otro para volverse cada vez más ensimismado en su poder, significa un espacio de alejamiento, de insalvable abismo. Significa enterrarse, morir.
Tenemos una responsabilidad, vivir en amor y fraternidad, y volcar la vida a unir los horizontes, para que todos podamos compartir la alegría de sabernos hijos del mismo Padre. Y no tomarlo como un deber de militar, sino como un hacer lleno de gozo! Quien cree en el Señor de la Vida, quiere donar la vida por los demás, enfrentar todo obstáculo que impida la dignidad de todo ser humano, su libertad creativa.
El desafío: reconversión, pasar de la mentalidad "epulona", a ser servidores que levantan a los Lázaros de la vida.