Todos sabemos cómo es el pan. A algunos no les gusta, porque engorda, porque tiene mucha sal y afecta la figura corporal con su consumo... Independiente de tan superficiales argumentos, debemos aclarar que es el pan base esencial de nuestra dieta. Forma parte de nuestras vidas, de la historia humana total. Es signo del comer, y del comer acompañado, en fraternidad (compañero: el que comparte el pan con el de al lado). Es la expresión más fuerte del simbolismo de la comunidad de hombres y mujeres, más que el sólo hecho de juntarse.
Y sabemos, evidentemente, que si comemos mucho y no ejercitamos nuestra humanidad, nos convertimos en seres gordos, que poco a poco pierden movilidad, hasta postrarse. Se han dado casos celebres por lo terrible de los testimonios y por las consecuencias brutales.
Esto, hasta el momento, es el comentario de un nutricionista. Pero más bien tiene que ver con el evangelio de este domingo, aunque algo de "nutricionista" tiene.
Me acotaré a la idea del pan, claramente. Alguien puede hablar con más profundidad sobre la filiación profunda del Padre y del Hijo, pero ésta se desarrolla en torno a este discurso sobre el pan, que escucharemos durante este tiempo.
"Yo soy el Pan de Vida"
El v 48 es repetición del v 35a, aunque enfocado en la relación pan/vida. No es el maná que los israelitas recibieron en el desierto (Ex 16//Nm 11). En efecto, tal cual aparece después, en el v 36 habla que comieron el maná "y murieron". Es pan provisional, que sirve al día a día. Si fuese realmente llenador, habría "caído" de una vez para mucho tiempo más. Pero cada día tenía su maná, su comer, sus situaciones y problemáticas.
Pero ese pan es también cuestión de murmuración, de queja de parte de un pueblo disconforme ante los signos fuertes de un Dios que les daba liberación. "Manjar miserable" (cf. Nm 20, 5) es la fortísima queja del pueblo. Murmuración hacia un don, que es finalmente causa de muerte. La murmuración es la falta absoluta de concordia, de comunión entre hermanos que es división interpersonal y ante Dios. La vida se diluye en una vorágine de muerte. El maná se convierte en pan anti-vida.
El pelambre reaparece en Jn 6, 41, porque alguien reconocido por un grupo se ha hecho llamar "pan de vida". Un don que se rechaza y que parece un problema hasta blasfemo.
Pero Jesús es claro: Él es pan, porque el pan alimenta, da vida, fortalece la existencia en todos sus planos. Jesús se ofrece como el nuevo alimento que dará al pueblo la fuerza para vivir "vida eterna"; vida que se cumple en el aquí-ahora de nuestra realidad.
No se trata, pues, de una especie de alimento mágico para asegurarnos un espacio en la Vida Eterna. De hecho, la vida eterna se expresa ya en el punto donde se hace manifiesto el Reino del Padre. En los actos y acogidas que la comunidad cristiana manifiesta, ya está brotando vida en abundancia, porque el Reino de Dios ha llegado, se hace luz para iluminar.
El Hijo se autodefine como "carne por la vida del mundo" (v 51d). Es decir, carne, en el sentido de humanidad plena, que se ofrece por la vida entera del ser humano, de su realidad completa. "Vida del mundo"... Recordemos que la sangre es el lugar de la vida, dentro de la antropología semita (Lv 7, 11 y Dt 12, 23 prohibían el consumo de la sangre, por ser vida de éste). Es decir, Jesús da sangre al mundo para que éste mundo se configure en Jesús. Ser-pan es entregarse de lleno por todos quienes viven en nuestra realidad, en especial por quienes son alejados y excluidos por la lógica del descarte, la muerte y la injusticia. Jesús entero, en toda su humanidad, se convierte en pan que salva, que da vida eterna. Y ello, es por ser Hijo.
Ser pan de vida
Pero la pega no es sólo de Jesús. El que cree tiene vida eterna (v 47), ha visto al Padre por el Hijo (cf. Jn 14, 9). El que escucha al Padre y aprende, va a Jesús (v 45b). Por ende, el escuchar a Jesús, el ponerse en seguimiento a Él, implica también a cada uno configurarse al Hijo. En ese sentido, también nosotros nos hacemos pan de vida. De muchas maneras podemos expresarnos como alimento de vida y amor, como entrega generosa por los demás, ser vida para el mundo.
Nos nutrimos de Jesús para configurarse con Él, y para obtener la "energía" que nos permite movernos y actuar con fuerza en medio de nuestro mundo, de nuestra realidad. En cada uno de nuestros actos personales y por medio de la comunidad cristiana, ofrecemos vida a quienes han sido despojados de ellas, como los pobres, los excluidos y todo aquél que ha sido aplastado por un orden de cosas que no favorece la vida compartida y el amor como entrega generosa y comunión fraterna entre todos los humanos. Como verdadero maná, permitimos acompañar al pueblo y nos unimos en un camino siempre actual de liberación, para hacer presente la tierra prometida, el Reinado de Dios, como escatología cumpliente en el acá de nuestra realidad, y en el ahora del tiempo presente, tiempo que es kayros, esperanza que se vive ya.
Nuestra entrega debe darse como pan que da vida, en clave de entrega generosa y profundamente sincera, entrega que forja cambios a nuestra realidad imperante; pan compartido, en donde eliminamos el individualismo, doctrina anti pan y pro-muerte, para hacer de todos los hombres y mujeres "compañeros", manifestando al Cristo de la justicia y la libertad, de la salvación, Dios que está en medio de su pueblo sufriente; es pan partido, porque el pan, para compartirse, debe fraccionarse y hacerse comida. Los seguidores de Jesús ofrecen la vida como oblación de entrega, de cambio a un mundo mejor, como banquete mesiánico abierto a todos.
Como Jesús que da vida eterna, nosotros la damos, porque la portamos, y así burlamos la muerte como sin sentido, como el fin total y brutal de la vida. Vida eterna es sacrificio, pero no en clave de los sacrificios de la antigüedad, como aplacamiento de la ira divida, sino como hacer-todo-sagrado, mostrar que la esperanza está presente en medio del pueblo, que es entrega generosa por el Reino, que es fecundidad y nutrición, para avanzar y acoger. Entrega radical, y que da vida a los demás.
No ser cristianos obesos
Por ello, como pueblo de Dios y comunidad de seguidores de Jesús, debemos evitar caer en la obesidad. Si nos nutrimos en la Palabra de Dios en las Escrituras, si participamos del banquete fraternal y compartimos en torno a Jesús muerto y resucitado... en fin, si tenemos acceso a Cristo como cristianos, no podemos quedarnos con lo que recibimos en clave de intimismo enfermo. La interioridad cristiana no tiene sentido si no "consumimos los nutrientes" de ese Pan de Vida. En la entrega misionera, en las luchas contra la injusticia y en favor de los pobres, en la profundización de nuestra condición de comunidad de amigos de Jesús, hacemos vida lo que recibimos, y nos convertimos en lo que hemos acogido. Si nos quedamos con ritualismos vacíos y sin sentido, simplemente nos volveremos gordos en lo espiritual, nos quedaremos sentados en los sillones de una vida individualista, y en vez de una existencia basada en el ser-se de una esencia que cataliza y se cataliza por medio del discipulado, se volverá en un mero ser, bajo el influjo de la causalidad, como cosa que se vuelve inerte y mera receptora.
La responsabilidad es grande... Mejor, salgamos del sillón y asumamos el movimiento de Quien nos fortalece para una vida-para/por/con-todos. Ponerse a caminar, diría el padre Esteban Gumucio SSCC.
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