miércoles, 1 de febrero de 2017

Creo en un emblema

y ese emblema es la sonrisa de la
esperanza de ese fuego que que no destruye
ni abrasa los sueños,
sino que
abraza.

Es la esperanza de un ser como los árboles,
como el pasto fresco, de ser
la casa de cada uno, de todos,
esa que acoje libre de los pinos y de los
males de la modernidad.

***

Ser árbol, para solidarizar con las raíces de una tierra rota
y convertida en el desierto más verde visto por
el alma triste del triste hombre,
que tristemente recibe los tristes verdes billetes de la
verde vergüenza.

Ser la tierra, la que le privaron de los amaneceres jugosos,
los néctares de la montaña herida,
el agua de los manantiales nocturnos,
y que se convirtió en el verde más desierto visto.

Ser el noble animal, el que sea, porque son todos nobles, tan nobles
como el verde de verdad, que es visto por emociones,
no el visto más desierto y verde.

Ser humano, como aquél que, despojado,
se hizo más noble que los despojadores, que como el
verde desierto, dejaban ver su vacío color pino, y les pĺantaba
al frente con un hacha, un sueño y la
generosidad de la harina tostada, sólo
con palabras dimensionales y totales.

Ser como los niños de futuro, de espacios infinitos
de verde sonrisa, de árbol de frutos
un mañana constante
llenos de armas contra desiertos
de ciertos egoístas
de ciertos comensales no invitados
de cientos de sangradores de pisos honorables y fecundos

Configuración

verde de verdad, de las mañanas de amanecer.


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